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El último operador del cine de antaño
Manuel Martinez lleva más de 70 años proyectando películas, oficio que aprendió mientras era un escolar. Trabajó en Rancagua y Santiago, y hoy sigue llevando películas a las plazas.HABLA pausado y su caminar cansino revela que ya alcanzó los 85 años; toda una vida dedicada a los centenares de carretes metálicos apilados en cada uno de los rincones del lugar, que él intenta esquivar a cada paso y que se mezclan con desgastadas máquinas proyectoras que nacieron de su propia mano. Manuel Martínez Rodríguez es uno de los últimos operadores del cine de la primera mitad del siglo XX, que hoy mantiene viva la magia del séptimo arte en plazas públicas y eventos sociales. Uno de los nostálgicos de una época en que las copias de películas escaseaban y se trabajaban a "rollo pegado".
Camina por el patio de su casa en Ñuñoa, se detiene afuera de una bodega y apunta a una pared, donde cubierta por un paño blanco está una de sus preferidas. "Motor bobina" se lee en uno de los interruptores de la máquina. Manuel la enciende y comienza a proyectar una cinta de 35 milímetros, con imágenes en blanco y negro que reviven uno de los últimos discursos del asesinado Presidente de EE.UU. John F. Kennedy.
Con sólo 14 años, Manuel tuvo su primer acercamiento al cine en San Francisco de Mostazal. Era 1939 y un desconocido operador del cine del pueblo lo convirtió en su improvisado ayudante. Amaro Garrido le enseñó el trabajo de la máquina artesanal, aquella que funcionaba a carbón y cuyos carretes de películas debían ser ubicados en la parte superior de la proyectora. Todo iba bien, hasta que un día Garrido se ausentó y con la presión de los espectadores y la dueña del cine del pueblo, el joven Manuel asumió el desafío. "'Oye, cabro, ¿te animas a pasar la película?', me dijo, y yo le dije que sí. Fue ahí cuando proyecté una película mexicana y de ahí nunca más me alejé de las máquinas", cuenta, en el inicio de un relato que, a ratos, recuerda pasajes de la italiana Cinema Paradiso. Pero a diferencia del personaje de esa historia, Manuel afirma que "jamás pensé en ser director de cine, pasaba películas porque me gustaba".
Una tarea que a ratos se convirtió en una odisea, por su baja estatura de niño. "Yo tenía que subirme arriba de un cajón azucarero para alcanzar arriba el rollo, y ahí tenía que sacar el rollo que iba andando de la máquina cuando se acababa y le pegaba el otro, para que no se perdiera la continuidad", relata.
Al año siguiente, Manuel se convertiría en el ayudante del operador del Teatro San Martín de Rancagua, días en que pesaba más la pasión por la proyección de historias que los escasos centavos que recibía de remuneración. Cinco años más tarde, llegaría al desaparecido Cine Manuel Rodríguez, en el sector del Club Hípico, en Santiago, y un año después sería el encargado de proyectar la primera película en el exclusivo Teatro Bandera, uno de los dos cines de primera categoría que había en el país, donde sólo se podía ingresar con corbata y los operadores vestían con tenida formal.
"Era un cine de lujo, la gente no se podía sacar el vestón y todos llegaban en autos, como en los eventos de gala", cuenta Martínez, que recuerda que tras la jornada laboral, junto a sus colegas de las otras salas se juntaban en locales del sector céntrico, en los inicios de la antigua vida bohemia capitalina.
Regina, Windsor, Cinerama y Normandie fueron parte de las salas que recibieron el trabajo de Manuel. Su última proyección la realizó en la sala subterránea del cine San Martín, a fines de la década del 70. Con el apoyo del mayor de sus hijos, optó por adentrarse en el mundo empresarial y comenzar a arrendar salas de cine en Paine, Codegua, Graneros y Puente Alto, negocio que terminaría a inicios de los 90, con la irrupción de salas masivas.
Con orgullo, señala que junto a su hijo fueron los primeros en mejorar el sonido de las salas de cine, gracias a una artesanal técnica, similar al surround. "Eso lo hacíamos en la mesa de sonido. Cuando pasaban los aviones, le bajábamos el sonido de los parlantes de adelante y subíamos el de los de atrás. Lo hacíamos manualmente y hacíamos todos los efectos, porque la película la sabíamos de memoria", agrega.
Hoy, Manuel Martínez está dedicado a proyectar películas en plazas públicas y realizar eventos, con los que intenta mantener vivo el trabajo que inició en su pueblo natal y por el cual hoy es reconocido por el Servicio Nacional del Adulto Mayor.